De pronto, como un breve latigazo, mi nombre, Friedt, estalló en el aula. Yo me puse de pie, y un poco trémulo avancé hacia la mesa, entre las bancas. Era el examen último del curso y al que tenía mas miedo: la gramática. Hice girar resuleto el bolillero. Las dieciséis bolillas del programa resonaron en él lugubremente y un eco levantaron en mi alma. Extraje dos: adverbio y sustantivo. Me dieron a elegir una de ambas y elegí la segunda: "¿Y qué es el nombre? dígame uno". Y me asestó las gafas. Sentí luego un sudor por todo el cuerpo, se me puso la boca seca, amarga, y comprendí, con un terror creciente que yo del nombre no sabía nada. Revolvía allá adentro, pero en vano, me quedé en absoluto sin palabras. Y empecé a ver la quinta en qué vivíamos: el camino de arena, cierta planta, el hermano pequeño, mi perrito, el té con leche, el dulce de naranja, ¡qué alegría jugar a aquellas horas! Y sonreía mientras recordaba. "¡Pero señor - rugió una voz terrible - el nombre sustan...
Tan pequeñito y ya sabe lo que quiere (muy listo el enanito) y lo bien que mueve la piernilla al ritmo de la música. Habrá que verlo dentro de un par de añitos. Lo que no se yo, es si sus papás se reirán entonces de la misma manera. Un beso Leti.
ResponderEliminarHola Chari!!! Yo creo que depende de como sean los padres.... Si son liberales, se lo van a tomar bien, y si son serios... más adelante no les va a gustar nada...
ResponderEliminarBueno, te mando un beso grande.